El nuevo libro de
Arturo Pérez-Reverte “El tango de la Guardia Vieja” me gustó muchísimo. No sólo
por la vena melancólico-romántica con que se caracterizan las obras de
Pérez-Reverte. (La verdad es que me gustaría poder hablar con él algún día. Le
preguntaría muchas cosas. Pero eso es otro tema.) O por la extraordinaria historia de amor, que
me suena como algo muy cercana. Lo que pasa es que me acordé de mi etapa
pre-matrimonial, de mi juventud, de la transición de la Europa del Este a
finales de los 80 y principios de los 90. Entonces había de todo – guerras,
mafia, cabrones, lujo, pobreza… todo. Un día nos despertamos y el mundo seguro donde
habíamos crecido ya no existía. El dinero de todos se había transformado en
dinero de algunos. Y el resto – ratones de
un experimento socio-científico. Pero éramos muy jóvenes y la vida, una lucha
dura por sobrevivir, no nos intimidaba. Queríamos vivir mejor. Habíamos visto
demasiadas películas. Para mí, siendo niña “buena”, fue más fácil. Hice mis deberes y el destino
me dio una buena nota. No sé si sobresaliente, pero por lo menos aprobé… Y por
el camino vi a chicos duros, sin recursos, cuya única salida fue la mafia. Como
el personaje del bailarín mundano de Pérez-Reverte. Con la pequeña diferencia
que los libros que se escribieron sobre ellos no fueron tan buenos. Los que
tuvieron suerte terminaron de banqueros con guardaespaldas o “jubilados” en Nassau
con un pasaporte falso. Algunos a estas alturas ya son dueños de bares en
Brasil o de casinos en Colombia. Otros tuvieron el camino mucho más corto.
Hasta la morgue con varios balazos en el cuerpo o en el fondo del mar. Las viudas
de los conocidos se pasean como celebridades. Las demás se las arreglan como
pueden. Y nadie hace más preguntas.
Visto desde
la Europa Occidental del siglo XXI, aquella experiencia que tuvimos los hijos
de la caída del muro de Berlín es un recuerdo sucio, que es mejor olvidar. Se
invitan los oligarcas rusos a los yates de Montecarlo o fiestas de élite en Londres sin pestañar y se les
venden terrenos en Marbella, Cardeña o Córcega.
Las fulanas en los burdeles de la Junquera no tienen nada que ver, al
parecer, con aquella gente “distinguida”, cuyo único mérito es el dinero que
alguien les entregó. Y la “crisis” financiera de un mundo que vivió de prestado
es muy buen pretexto para cerrar los ojos ante las pseudo-democracias que
inundan aquella parte de Europa que vivió con un sueño, pero que no se imaginaba
cómo iba a ser el despertar. Nada ha
cambiado en la lógica eterna de la “Guardia Vieja”. ¿Esa experiencia se puede considerar enriquecedora?
¿Nos da un toque romántico? No lo sé. Lo que sé es que, hace un mes, mirando
una película de acción, dos de los personajes, al parecer asesinos adiestrados,
no me convencieron. De repente, por un
impulso natural, le dije a mi marido español que la peli era una tontería.
“¿Por qué?” me preguntó él. “Es que falta el tiro de remate” le respondí. “¿Qué tiro?” no entendió. “Un
asesino profesional nunca se va, sin un último tiro en la cabeza. El que le asegura que ha hecho el trabajo”,
le expliqué tranquila. Entonces, al percibir su mirada estupefacta que su mujer de
modales impecables, graduada por una universidad británica de élite, supiera un
detalle tan macabro, me di cuenta del bagaje que llevamos nosotros, los que a
casi cuarenta años ya somos la “Guardia
Vieja” del Este. ¿Buena, mala, sorprendente? No lo sé. Pero pocas cosas nos
asustan. Quizás un tema para otro libro….
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