Thursday, 21 February 2013

"El tango de la Guardia Vieja" de Arturo Pérez-Reverte y unas reflexiones que aparentemente no tienen nada que ver con el libro...


El nuevo libro de Arturo Pérez-Reverte “El tango de la Guardia Vieja” me gustó muchísimo. No sólo por la vena melancólico-romántica con que se caracterizan las obras de Pérez-Reverte. (La verdad es que me gustaría poder hablar con él algún día. Le preguntaría muchas cosas. Pero eso es otro tema.)  O por la extraordinaria historia de amor, que me suena como algo muy cercana. Lo que pasa es que me acordé de mi etapa pre-matrimonial, de mi juventud, de la transición de la Europa del Este a finales de los 80 y principios de los 90. Entonces había de todo – guerras, mafia, cabrones, lujo, pobreza… todo. Un día nos despertamos y el mundo seguro donde habíamos crecido ya no existía. El dinero de todos se había transformado en dinero de algunos. Y el resto –  ratones de un experimento socio-científico. Pero éramos muy jóvenes y la vida, una lucha dura por sobrevivir, no nos intimidaba. Queríamos vivir mejor. Habíamos visto demasiadas películas. Para mí, siendo niña “buena”,  fue más fácil. Hice mis deberes y el destino me dio una buena nota. No sé si sobresaliente, pero por lo menos aprobé… Y por el camino vi a chicos duros, sin recursos, cuya única salida fue la mafia. Como el personaje del bailarín mundano de Pérez-Reverte. Con la pequeña diferencia que los libros que se escribieron sobre ellos no fueron tan buenos. Los que tuvieron suerte terminaron de banqueros con guardaespaldas o “jubilados” en Nassau con un pasaporte falso. Algunos a estas alturas ya son dueños de bares en Brasil o de casinos en Colombia. Otros tuvieron el camino mucho más corto. Hasta la morgue con varios balazos en el cuerpo o en el fondo del mar. Las viudas de los conocidos se pasean como celebridades. Las demás se las arreglan como pueden. Y nadie hace más preguntas.
Visto desde la Europa Occidental del siglo XXI, aquella experiencia que tuvimos los hijos de la caída del muro de Berlín es un recuerdo sucio, que es mejor olvidar. Se invitan los oligarcas rusos a los yates de Montecarlo o fiestas de élite en Londres sin pestañar y se les venden terrenos en Marbella, Cardeña o Córcega.  Las fulanas en los burdeles de la Junquera no tienen nada que ver, al parecer, con aquella gente “distinguida”, cuyo único mérito es el dinero que alguien les entregó. Y la “crisis” financiera de un mundo que vivió de prestado es muy buen pretexto para cerrar los ojos ante las pseudo-democracias que inundan aquella parte de Europa que vivió con un sueño, pero que no se imaginaba cómo iba a ser  el despertar. Nada ha cambiado en la lógica eterna de la “Guardia Vieja”.  ¿Esa experiencia se puede considerar enriquecedora? ¿Nos da un toque romántico? No lo sé. Lo que sé es que, hace un mes, mirando una película de acción, dos de los personajes, al parecer asesinos adiestrados, no me convencieron.  De repente, por un impulso natural, le dije a mi marido español que la peli era una tontería. “¿Por qué?” me preguntó él. “Es que falta el tiro de remate” le respondí. “¿Qué tiro?” no entendió. “Un asesino profesional nunca se va, sin un último tiro en la cabeza.  El que le asegura que ha hecho el trabajo”, le expliqué tranquila. Entonces, al percibir su mirada estupefacta que su mujer de modales impecables, graduada por una universidad británica de élite, supiera un detalle tan macabro, me di cuenta del bagaje que llevamos nosotros, los que a casi cuarenta años ya somos  la “Guardia Vieja” del Este. ¿Buena, mala, sorprendente? No lo sé. Pero pocas cosas nos asustan. Quizás un tema para otro libro….

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